Recovering memory
El 18 de julio de 1994 ocurrió un terrible ataque terrorista en Buenos Aires, Argentina. El objetivo era la AMIA, Asociación Mutual Israelita Argentina, un importante centro comunitario judío. El atentado fue ejecutado como un ataque suicida. Una camioneta cargada de bombas fue conducida al edificio de la AMIA y posteriormente detonada, matando a 85 personas e hiriendo a más de 300, provocando una profunda herida en el corazón de la sociedad argentina.
El atentado fue el acto terrorista más mortífero de la historia Argentina y con el paso de los años ha sido desestimado por los políticos y las situaciones políticas que han sucedido en el país, ensombreciendo cualquier posibilidad de justicia.
Hoy, después de 30 años de ese terrible crimen, todavía reivindicamos justicia para todas las víctimas y memoria para todo el mundo.
En 2019 tuve la oportunidad de reencontrarme con un viejo amigo, Elio Kapszuk, Director de Arte y Producción de AMIA. Empezamos a hablar sin saber que esa conversación concluiría en una idea extraordinaria: pintar un retrato de cada una de las víctimas del mortal atentado a la AMIA. Sentí que era como una misión para mí, una especie de granito de arena que podía aportar para sostener la memoria y reclamar justicia. Nos dimos cuenta en ese momento de que sería un proyecto extremadamente difícil de realizar para poder llegar a conmemorar el 26 Aniversario de la tragedia. Pero sentí que tenía que vivir esa presión y trabajar a contrarreloj. Empecé a trabajar inmediatamente y después de casi siete meses, la serie estaba terminada.
Decidí centrarme en sus vidas. Esa decisión fue un gesto, un acto simbólico que hice para no permitir que triunfara el odio. Entonces pedí a los familiares de las víctimas, con el increíble esfuerzo de producción de AMIA, que compartieran conmigo la última foto que existía de sus seres queridos. Mi idea era capturar ese segundo vital que quedó congelado en la foto y convertirlo en una experiencia nueva de memoria y vida. La acuarela ayudó a lograr que ese camino fuese más sencillo; un medio delicado y difícil de usar y que utiliza el agua como herramienta principal. Y, como sabemos, el agua es sinónimo de vida.
Busqué incansablemente reflejar cada detalle, incluso los resultantes del paso del tiempo en la fotografía. Algunas fotografías quedaron casi destruidas. Otros estaban desenfocados o en blanco y negro. Hay que tener en cuenta que en 1994 no había teléfonos celulares, por lo que hacer fotos no era algo de todos los días. Después de este verdadero ejercicio de memoria y recuperación, creo haber estado cerca de lograrlo, para honrar a todos aquellos que confiaron en mi la tarea.
Fue un ejercicio profundamente espiritual para mí. Sentí una especie de conexión con cada persona que pintaba. Cada pincelada que hice cambió algo dentro de mí. Sin usar palabras y mientras hacía este trabajo, aprendí sobre la vida, la muerte, el amor y el tiempo, y estoy profundamente agradecido de haber podido hacer esto. Realmente sé, en el fondo de mi corazón, que el bombardeo no logró el objetivo de horror que buscaba. Al fin y al cabo, siempre hay alguien que seguirá amando a esas víctimas, incluso sin haberlas conocido porque, en ellas, hay un espejo de uno mismo y también, un reflejo de todas las personas que aman.
¡Memoria, verdad y justicia!
Junio 2024